miércoles, 18 de abril de 2018

Marisa Sicilia presenta...Nadina o la atracción del vacío


















Hola! En muy poquitos días Marisa Sicilia publica nuevo libro y creo que va a convertirse en una de las historias del año porque promete tener acción, amor, muchos obstáculos que superar y una ambientación espectacular. Se trata de Nadina o la atracción del vacío. Para aumentar un poquito más las ganas de leer hoy tienes aquí el primer capítulo de la novela y luego me dices si no lo has puesto en lo más alto de tu lista. Aquí aparece Mathieu, el protagonista masculino, y puedes ver una de sus grandes pasiones, los deportes de riesgo...




C A P Í T U L O 1





—¿En serio te tienes que marchar ya? ¿Tan temprano?

Mathieu interrumpió lo que estaba haciendo: comprobar que los cierres de la mochila estaban asegurados y no se dejaba nada que más tarde pudiese echar en falta. Catherine llevaba puesta una de sus camisas y nada más debajo. Ni siquiera al­guno de sus conjuntos de lencería de Agent Provocateur o La Perla o cualquier otra marca, cuya sola visión desataba en él los más bajos instintos. Los bajos y todos los demás. Aunque había una explicación para que Catherine hubiese renunciado a la ropa interior, la que lució la noche anterior había quedado inservible. No es que lo lamentase y ella estaba, si cabe, incluso más bella y provocadora así, con la camisa entreabierta y exhi­biéndose sin pudor.

—Sabes que sí —murmuró.

Había tratado de no hacer ruido para no despertarla, pero no lo había conseguido y ahora la tenía allí, tan cerca que debía recurrir a toda su capacidad de autocontrol para no comenzar a acariciarla. Tan suave, tan cálida… Recién levantada, los ves­tigios del sueño todavía en el rostro, la melena castaña revuelta y enmarañada, pero que le gustaba aún más que cuando la lle­vaba peinada y alisada. Y eso ya era decir mucho. Le encantaba cómo olía su pelo y, cuando pensaba en el sexo con Catherine, era aquel roce sedoso y perfumado lo que con más fuerza se le presentaba. Catherine dejaba a su paso un débil pero identifica­ble rastro de flores que inevitablemente le empujaba a ceder al deseo de ir tras ella. Por lo común conseguía dominarlo. Estaba en su naturaleza y, por si no fuera suficiente, se había entrenado para ello: para evitar las acciones impulsivas.

—Armand llegará en veinte minutos y los demás nos están esperando en el refugio. No puedo retrasarme.

—¿Y si somos rápidos?

Se acercó aún más, apoyó los brazos sobre sus hombros y las manos en su nuca y lo besó sin ninguna prisa. Sus labios dulces y sus senos apretando contra su camiseta, su vientre desnudo contra la abotonadura del pantalón tipo cargo que vestía. A eso se le llamaba poner las cosas difíciles.

No intentó resistir más. Le abrió la camisa y la cogió por la cintura mientras su boca tomaba una iniciativa que Catherine no dudó en cederle. Tampoco ella perdió el tiempo. Apresura­da y a bruscos tirones, le arrancó la camiseta.

La levantó a pulso. Ella enlazó las piernas por detrás de sus caderas. Sus cuerpos estrechamente unidos. Sabía que aquello le gustaba. También a él. Tras su apariencia formal y cuidada, Catherine ocultaba un lado más vibrante y exigente. La primera noche que pasaron juntos, cuando se quedó desnudo ante ella, tuvo la sensación de que acababa de pasar un examen. La mirada de Catherine decía que no se habría conformado con menos.

Después de todo era muy bella, pensó al contemplar su ros­tro, sus labios llenos y sensuales, en el momento exacto en el que el placer hizo que los entreabriera húmedos y apetecibles.

No midió el tiempo. No conscientemente, no era tan ruin. Pero no pudo ser casualidad que cuando ya reposaban sobre la cama deshecha, su reloj le avisase de que faltaban solo cinco minutos para su cita.

Los brazos de Catherine aún le rodeaban el cuello. Mathieu notó al instante cómo la languidez desaparecía y se ponía en tensión.

—Vas a irte, ¿no es así? Vas a hacerlo de todos modos.  

De nuevo tuvo una de esas certezas que a menudo le sobre­venían cuando estaban juntos: la de haber cometido un error.

Se incorporó, todavía sin alejarse demasiado.

—Escucha, ¿por qué no vienes con nosotros? No tienes que quedarte aquí sola.

Lo miró como si le hubiese pedido que lo acompañase a la luna dando un paseo.

—¿A ascender por un desnivel vertical de quinientos me­tros?

—Podrías hacerlo. Estás en forma. Podrías conseguirlo si te lo propusieras.

Lo dijo de veras. No lo habría afirmado si no pensara que era cierto. Pero la actitud de Catherine se tornó a la defensiva. También compartían eso. Los dos tenían un carácter fuerte.

—No voy a escalar montañas solo porque tú necesites en­contrar a cada momento nuevas ocasiones de jugarte la vida. Te lo dije desde el principio.

Advirtió el peligro. Lo mismo que en otros ámbitos, si se arriesgaba, no era porque ignorase las posibles consecuencias, era porque pensaba que podía mantenerlas bajo control.

No quiso entrar en su juego. Se centró en lo inmediato.

—También yo te avisé de que este fin de semana iba a subir el macizo de Sialouze y aun así decidiste acompañarme.

—¡Son los primeros días libres que te tomas en seis meses!

El aviso de mensajería instantánea del móvil puso un punto y aparte nítido y cortante al reproche.

La frialdad impermeable que adquirió su expresión hizo que el arrebato de Catherine se esfumase tan pronto como había aparecido. Bajó el rostro como si diese la discusión por perdi­da. Mathieu sabía que entre sus muchas virtudes estaba la de ser una mujer inteligente. Se arrepintió. Quizá ella tenía razón y estaba actuando de un modo egoísta. Llevaban ocho meses juntos y ambos eran conscientes de que se encontraban en un momento delicado. Debían decidir si realmente estaban dis­puestos a intentarlo o arrojaban la toalla.  

—Ven conmigo —dijo suavizando la voz—. Avisaré a los chicos y les diré que no me esperen. No subiremos a Sialouze. Buscaremos una pared más sencilla. Tú y yo. Solos. Juntos.

Era lo más parecido que se le ocurría a un acuerdo de paz y era justo para los dos. Le suponía una renuncia. Los dedos le ardían cuando pensaba en acariciar el muro de roca de Sia­louze. El esfuerzo que requería la ascensión, su cuerpo abraza­do a la piedra, la atracción del vértigo, la inmensidad del vacío. No era fácil de explicar a quien no lo había vivido. Pero tenían por delante un bonito día de primavera y estaban en los Alpes, en plena Provenza. Había multitud de posibilidades, escaladas más asequibles, sendas a través de cañones, piragüismo…

—¿Qué me dices? ¿Lo intentamos?

Sus compañeros de cordada habían iniciado la ruta la víspera. Ellos se quedaron en Avignon, visitando la fortaleza y paseando por las murallas. Catherine se veía radiante y él también ha­bía disfrutado del día. Alquilaron un coche para llegar a Mont Ventoux y pasaron la noche en un exclusivo hotel rural que Catherine había descubierto gracias a una revista de viajes. Las habitaciones estaban pintadas en alegres colores vivos y el mo­biliario había sido escogido con mimo. Había jarros de lavanda recién cortada en todas las esquinas y un SPA a disposición de los huéspedes. Estaba dispuesto a renunciar al Sialouze, aunque era la razón por la que habían ido hasta allí. Pero ni siquiera por Catherine y toda su perfecta y deslumbrante belleza, se quedaría encerrado entre las cuatro paredes del hotel los únicos días autén­ticamente libres de los que podría disfrutar en meses, como muy bien había señalado ella. Por mucho encanto que tuvieran.

Catherine alzó el rostro y respondió:

—No se trata de eso.

El aviso de mensaje volvió a repetirse. No le gustó cómo sonó, no el mensaje, sino el tono de Catherine. Recogió su camiseta del suelo y se la puso. Ella continuaba en la cama con solo la camisa, pero también comenzó a buscar su ropa interior en el cajón de una de las mesillas.

Había una butaca junto a la cama. Mathieu se sentó. Los codos apoyados en los muslos y los dedos pinzando el puente entre las cejas. Lo hacía a veces, cuando necesitaba descargar la tensión. Fue solo un segundo, enseguida se soltó y la miró a los ojos.

—Entonces, ¿qué es?

—No puedo seguir adelante de este modo. Creí que po­dría, que podríamos, pero me equivoqué.

A pesar de sus imprevisibles y en apariencia espontáneos arranques de pasión, en el fondo siempre tuvo el convenci­miento de que era fría. No se le ocultaba que todos sus pasos eran medidos, que no dejaba nada al azar. No si podía evitar­lo. No lo había considerado un factor irresoluble. En cierto sentido, también él era así y por eso había creído que podrían encajar.

No solo Catherine se había equivocado.

Sus ojos brillaban. Nunca la había visto llorar. El móvil vol­vió a pitar. Los dos habían perdido, pero al menos en ese pun­to, sería ella quien se saliese con la suya.

Le quitó el sonido, pero antes de dejarlo sobre la cómoda y hacerle a Catherine la pregunta que estaba aguardando, tecleó un breve mensaje.

Subid sin mí.

Te recuerdo que la novela se pone a la venta en digital el próximo 25 de abril y en papel el 2 de mayo. Aquí están la sinopsis y el booktráiler, que es alucinante!!

"Mathieu Girard es agente de los Grupos de Intervención de la Gendarmería Nacional, una unidad de élite francesa. Le gusta su trabajo y siente cierta atracción por el riesgo, que se empeña en negar y le causa problemas a la hora de mantener relaciones estables.

Es responsable y reflexivo y su situación afectiva no es su prioridad. En París y en situación de alerta máxima ante la amenaza de ataques terroristas, Mathieu deberá vigilar de cerca a Dmitry Zaitsev, un empresario ruso involucrado en negocios turbios que asegura que puede evitar que una letal partida de armas llegue a manos de los extremistas. Y también conocerá a Nadina.

Todas las señales le advierten de que no debe acercarse a ella, pero, cuando amas el peligro, eso no debería importar."






3 comentarios:

  1. Yo ni la sinopsis leo. No quiero saber ni de que va! Marisa es una apuesta segurisima. Ya lo tengo en mi poder asi que en breve comentaré

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